JOAN MIRÓ
(Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, España, 1983) Pintor,
escultor, grabador y ceramista español. Estudió comercio y trabajó durante dos
años como dependiente en una droguería, hasta que una enfermedad le obligó a
retirarse durante un largo periodo en una casa familiar en el pequeño pueblo de
Mont-roig del Camp.
De regreso a Barcelona, ingresó en la Academia de Arte
dirigida por Francisco Galí, en la que conoció las últimas tendencias
artísticas europeas. Hasta 1919, su pintura estuvo dominada por un
expresionismo formal con influencias fauvistas y cubistas, centrada en los
paisajes, retratos y desnudos.
Ese mismo año viajó a París y conoció a Picasso, Jacob
y algunos miembros de la corriente dadaísta, como Tristan Tzara. Alternó nuevas
estancias en la capital francesa con veranos en Mont-roig y su pintura empezó a
evolucionar hacia una mayor definición de la forma, ahora cincelada por una
fuerte luz que elimina los contrastes. En lo temático destacan los primeros
atisbos de un lenguaje entre onírico y fantasmagórico, muy personal aunque de
raíces populares, que marcaría toda su trayectoria posterior.
Afín a los principios del surrealismo, firmó el Manifiesto
(1924) e incorporó a su obra inquietudes propias de dicho movimiento, como el
jeroglífico y el signo caligráfico (El carnaval del arlequín). La otra gran
influencia de la época vendría de la mano de P. Klee, del que recogería el
gusto por la configuración lineal y la recreación de atmósferas etéreas y
matizados campos cromáticos.
En 1928, el Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió dos
de sus telas, lo que supuso un primer reconocimiento internacional de su obra;
un año después, contrajo matrimonio con Pilar Juncosa. Durante estos años el
artista se cuestionó el sentido de la pintura, conflicto que se refleja
claramente en su obra. Por un lado, inició la serie de Interiores
holandeses, abigarradas recreaciones de pinturas del siglo XVII caracterizadas
por un retorno parcial a la figuración y una marcada tendencia hacia el
preciosismo, que se mantendría en sus coloristas, juguetones y poéticos
maniquíes para el Romeo y Julieta de los Ballets Rusos de Diaghilev
(1929). Su pintura posterior, en cambio, huye hacia una mayor aridez,
esquematismo y abstracción conceptual. Por otro lado, en sus obras escultóricas
optó por el uso de material reciclado y de desecho.
La guerra civil española no hizo sino acentuar esta
dicotomía entre desgarro violento (Cabeza de mujer) y evasión ensoñadora (Constelaciones),
que poco a poco se fue resolviendo en favor de una renovada serenidad, animada
por un retorno a la ingenuidad de la simbología mironiana tradicional (el
pájaro, las estrellas, la figura femenina) que parece reflejar a su vez el
retorno a una visión ingenua, feliz e impetuosa del mundo. No resultaron ajenos
a esta especie de renovación espiritual sus ocasionales retiros a la isla de
Mallorca, donde en 1956 construyó un estudio, en la localidad de Son Abrines.
Entretanto, Miró amplió el horizonte de su obra con los
grabados de la serie Barcelona (1944) y, un año después, con sus
primeros trabajos en cerámica, realizados en colaboración con Llorens Artigas.
En las décadas de 1950 y 1960 realizó varios murales de gran tamaño para
localizaciones tan diversas como la sede de la Unesco en París, la Universidad
de Harvard o el aeropuerto de Barcelona; a partir de ese momento y hasta el
final de su carrera alternaría la obra pública de gran tamaño (Dona i ocell,
escultura), con el intimismo de sus bronces, collages y tapices. En 1975 se
inauguró en Barcelona la Fundación Miró, cuyo edificio diseñó su gran amigo
Josep Lluís Sert.
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